Hoy quiero cambiar la temática del blog, y empezar con una máxima del egregio escritor uruguayo Eduardo Galeano. Escuchar a Galeano es ver cómo te desnudan el alma y hurgan en la llaga de tu sensibilidad. Es una experiencia que despierta conciencias y que te envuelve en un proceso de cavilación al que no puede escapar de ningún ser humano. Y así una vez más me lo demostró cuando en una conferencia en Mendoza le preguntaron acerca de América Latina, a lo que el literato lanzó lo siguiente: “(…) La diversidad no es un defecto. Lo mejor del mundo es la cantidad de mundos que el mundo contiene (…)” Con la inolvidable-para bien o para mal-serie de clásicos del fútbol español, se estableció con raíces más fuertes, el eterno y tedioso debate de cómo se debe jugar al fútbol. Los medios de comunicación, creadores del conocimiento colectivo moderno, nos enfocan hacia dos estilos. El estilo del FC Barcelona basado en el apaciguamiento del balón y el embellecimiento de la jugada, en contraste, con el del Real Madrid CF apegado a su vertiginosa y potente transición ofensiva. Dos formas de jugar diferentes pero que pueden ser igual de efectivas y espectaculares si son aplicadas de la manera adecuada. En aquel play-off cada uno recibió lo que merecía, pero, el espectador que ama el juego más allá de los colores, sintió un leve desasosiego. Una equilibrada intranquilidad mezclada con una inquietante frustración. El desprecio hacia determinado estilo expulsado por la comunidad futbolística fue el detonante. Por si fuera poco, esta confrontación se extrapoló a otros rincones del planeta, El “Checho” Batista, entrenador de la selección argentina, quiere que su equipo juegue como el Barcelona, el “Mano” Menezes, al frente de la canarinha busca evitar la catástrofe del ’50 a punta de equilibrio, Xavi dice que pierde o gana el fútbol cuando ellos obtienen similar resultado y así se van dejando esas semillas en la mente de las personas alrededor del globo. No es difícil ver encontrar la cara de asco por parte de algunos futboleros cuando ven un pelotazo al 9 o síntomas de querer caer en los brazos de Morfeo cuando algunos presencian más de 20 toques. Lo triste de todo esto es que muchos se pierden de la belleza de lo que sucede el campo. Estando más ocupados en decidir en una confrontación sin sentido acerca de que manera de jugar es mejor, se pierden de los pequeños detalles que ofrece cada estilo, del trabajo que hay detrás de él y la hermosa lucha de querer imponerlo en el campo.
A todo esto se me vienen símiles con el mundo moderno. El viejo refrán de Confucio entra en aparición: “cuando el dedo señala la luna, el necio se pone a mirar el dedo”. Lo verdaderamente significativo se pierde Muchos por estar encerrados en un solo aspecto no disfrutamos de lo verdaderamente significativo. Es como tener a una mujer, no apreciarla y enfocarse en sus defectos, ninguneando su palpitante resplandor. Igualmente, por estar concentrado en si un equipo tocó y tocó hasta más no poder nos perdemos del ir y venir de los desmarques, el movimiento constante del mediocentro sirviendo de apoyo, el sprint del extremo en el momento preciso. Buscamos la belleza en el dedo y no en la luna. ¿Por qué no podemos ver el fútbol desde todos los colores en el que se nos muestra? Mi tesis es que vivimos en la dictadura de la belleza. El más bello y pasmoso es idolatrado, el feo y diferente es sometido. Siguiendo la estupidización que nos inocula la televisión y los estándares del pensamiento colectivo, apoyados en su panda de títeres carnavalescos generadores de intensa grima, las gentes del mundo optan por la identidad de turno con miedo a ser diferentes pero sobretodo con miedo al rechazo. Nos dicen que el fútbol irrefutablemente debe jugarse de tal manera y para no sentir las amargas mieles del aislamiento, se acepta y se predica dogmáticamente. Es sano preferir algo por sobre otro, pero deja de serlo cuando se cierra mentalmente a las diversas opciones, satanizándolas y despreciándolas. Es igual de bello ver como un equipo con el balón en banda, le baste 2-3 toques para llegar al área rival. Es igual de bello ver como un equipo (independiente de su historia o dimensión) acepta su inferioridad, junta líneas, cierra opciones de pase y sale rápidamente al contraataque. Es igual de bello ver como jugando con la vista del espectador, unos cuantos jugadores parecen jugar al fútbol sala con sus paredes o toques rápidos cerca del área. Es igual de bello el fútbol sin importar como se juegue.
No veamos a la pluralidad como una maldición, como un mal a erradicar. Dicen que para gustos los colores…y el fútbol. Y bien, se abrió con Galeano y se cierra con él: “En Babilonia, la ciudad maldita, que según la Biblia fue puta y madre de putas, se estaba alzando aquella torre que era un pecado de arrogancia humana. El rayo de ira no demoró. Dios condenó a los constructores a hablar lenguas diferentes, para que nunca más pudiera nadie entenderse con nadie, y la torre quedó para siempre a medio hacer. Según los antiguos hebreos, la diversidad de lenguas humanas fue un castigo divino…pero quizá, queriendo castigarnos, Dios nos hizo el favor de salvarnos del aburrimiento de la lengua única”.